LA ACUÑACIÓN DE ORO EN LA ANTIGÜEDAD Manuel Gozalbes Fernández de Palencia |
1/3 de estatera, Lidia, c. 610-546 a.C.
[Sincona AG - Subasta 10 (27.05.2013)]
Tesorillo.com Agradezco a su autor la autorización que me ha dado para poder incluir su trabajo en esta web. ¡Gracias, estimado Manuel! |
Introducción Desde la aparición de la moneda a finales del siglo VII a.C. hasta el bajo imperio romano, prácticamente todos los grandes estados de la Antigüedad realizaron emisiones de oro regular o puntualmente. Únicamente entidades políticas de menor envergadura, como muchas poleis griegas, o las ciudades ibéricas, fueron completamente ajenas a la fabricación de monedas en este preciado metal. La fabricación de monedas de oro incluye las emisiones de electro, aleación con plata que resultaba de valor algo inferior al oro puro, y que fue empleada fundamentalmente por algunas ciudades griegas y los cartagineses. Plinio consideró electro aquellas emisiones con un contenido de oro del 80%, mientras que San Isidoro rebajó este porcentaje hasta un 75%. La mayor difusión del oro amonedado se produjo a consecuencia de su acuñación como parte de los sistemas monetarios creados durante las fases monárquicas de las culturas griega y romana. El imperio persa, Filipo II, Alejandro Magno y sus sucesores convirtieron el oro en un valor de referencia permanente de sus sistemas monetarios, al igual que más tarde hicieron los emperadores romanos. Durante el bajo imperio el oro acabó incluso relegando a un modesto papel las emisiones en plata y bronce, dando carta de naturaleza a un sistema basado en este metal precioso. El oro gozó de un aprecio general y su elevado valor intrínseco lo convirtió en un material propicio para realizar operaciones de cambio; era escaso, valioso, apreciado, e incluso más fácil de trabajar que otros metales, siendo quizá su único inconveniente relativo su escasa adecuación para el pago de pequeñas sumas. En forma de moneda fue menos abundante que la plata o el bronce, sin embargo su papel fue primordial ya que, allí donde estuvo disponible, representó por su elevado valor un porcentaje muy importante del valor total de la masa monetaria.
Materia prima Las posibilidades de acuñar de oro se encuentran limitadas por la disponibilidad de un metal que resulta escaso por naturaleza, por lo que no siempre pudo emplearse para amonedar. Se obtuvo tanto de fuentes primarias (vetas y yacimientos aluviales) [1],como secundarias, incluyendo el recurso a diferentes objetos de oro cuando las necesidades así lo aconsejaron. Resulta complejo establecer los ciclos del oro, así como el origen de aquel que se empleó en los talleres de acuñación, no obstante se pueden mencionar algunas de las formas de abastecimiento identificadas en diferentes épocas y lugares, mayoritariamente aquellas recogidas en las fuentes. Los suministros procedentes de minas cercanas permitieron que realizar emisiones de oro en algunos lugares. En Asia Menor se beneficiaron de esta proximidad el reino de Pérgamo, y las ciudades de Abydus y Lampsacus, que obtuvieron el suministro del monte Ida [2], así como la capital Lidia, Sardes que se benefició del oro aluvial del río Pactolo. En Macedonia, Filipo II obtuvo una gran ventaja al ocupar el territorio de las minas del monte Pangeo, aunque poco después, la expansión llevada a cabo por Alejandro Magno obligó a buscar oro en nuevos territorios, teniéndose noticia del envío a la India con tal fin de un prospector profesional, de nombre Gorgos. Pero las conquistas territoriales y la actividad comercial también permitieron aprovisionamientos de yacimientos situados a mayor distancia de los centros de poder. En Asia, el oro de los montes Altai en Siberia sirvió para las emisiones de Bactria, de donde a su vez pasaban al reino seleúcida, del mismo modo que en África los Ptolomeos lo obtuvieron en Nubia [3]. Roma obtuvo el oro de sus provincias y así, durante la República, la Hispania Citerior y la Gallia Comata sirvieron a sus intereses [4]. Para el período imperial diferentes fuentes informan sobre la red de minas de oro que aprovisionaban al estado; buena parte de ellas se situaban en Hispania (Gallaecia, Asturias y Lusitania [5]), donde el yacimiento de Las Médulas es quizá el más conocido actualmente, pero también las incorporaciones de Dalmacia y Dacia proporcionaron aportes importantes bajo los reinados de Nerón y Trajano respectivamente [6]. La reducción de las emisiones de oro que tuvo lugar en el siglo III, pudo deberse entre otras causas a una reducción del aprovisionamiento procedente de estos importantes yacimientos. No obstante, no siempre se cuenta con datos sobre los yacimientos que proporcionaron metal. Así, por ejemplo, en las aleaciones de monedas del 346-348 se identifican trazas de platino que se han relacionado la incorporación de un nuevo yacimiento todavía no localizado [7]. Durante el bajo imperio romano los aurileguli eran buscadores de oro itinerantes que debían pagar una licencia de media libra de oro para poder ejercer su actividad [8]. La existencia de estos profesionales revela la importancia de una actividad que reportaba indudables beneficios tanto a los particulares como al estado. Por medio del comercio también se tuvo acceso a un aprovisionamiento regular de oro. Los griegos de la Magna Grecia y Sicilia lo buscaron en Iberia del mismo modo que lo hicieron los cartagineses. Éstos últimos diversificaron sus fuentes de aprovisionamiento, hecho que sin duda facilitó la continuidad de sus emisiones de electro. Herodoto relata el modo en que realizaban un comercio silencioso para obtener oro en la costa occidental de África, más allá de la columnas de Hércules [9]. Pero también mantuvieron un comercio regular con los garamantes, ancestros de los bereberes, en el que cambiaban sal y vajillas por el oro de los pueblos de la sabana occidental. Más tarde Roma sustituyó a los cartagineses como consumidor del oro de estos pueblos [10]. La guerra fue sin duda en la Antigüedad uno de los modos más fructíferos para obtener riqueza en forma de oro. Uno de los casos más célebres es el de la captura del tesoro persa por parte de Alejandro Magno, lo que le proporcionó importantes recursos para continuar su expansión. Las conquistas romanas de época republicana e imperial fueron también sin duda una fuente importante de recursos en lo que a botines se refiere. Los famosos botines obtenidos en Hispania a finales del siglo III a.C. y durante el primer tercio del II a.C., también incluían oro en diferentes formatos según las descripciones de Tito Livio [11]. Otra fuente de aprovisionamiento pudo encontrarse en las monedas en circulación propias o ajenas. En el primero de los casos puede inscribirse la situación creada a raíz de la reformas del sistema monetario realizadas por Nerón cuando, al rebajar un 10% el peso de los áureos [12], convirtió a la masa de oro amonedado en circulación en un recurso apetitoso y accesible que podía proporcionar al estado romano un beneficio extraordinario para afrontar sus numerosos gastos. Del mismo modo, los celtas posiblemente encontraron en las monedas de oro en circulación un excelente recurso metálico para afrontar sus propias emisiones [13]. Las estateras de Filipo II y Alejandro Magno que éstos importaban eran de una ley superior a la de sus propias producciones, lo que las convertía en una fuente de metal adecuada a sus intereses. En la India, la llegada de áureos imperiales en el siglo I, pudo dar lugar a que el dinasta kushan Vima Kadpishes emitiese dinares empleando el metal de estas piezas importadas [14]. Ocasionalmente se tuvo que acudir a recursos extraordinarios para poder llevar a cabo las emisiones. Las confrontaciones armadas dieron lugar a situaciones de emergencia que impulsaron a las ciudades estado griegas a recurrir a sus tesoros, generalmente guardados en templos. Atenas perdió las minas de plata de Laurion en el 413 a.C., que pasaron a manos de los espartanos, situación que obligó a los atenienses a fundir ocho estatuas de oro de unos dos talentos cada una (equivalentes a unos 52 kg) para poder acuñar moneda de oro. Algo similar sucedió durante el asedio que los foceos realizaron en Delfos, durante el que se convirtieron en moneda ofrendas del santuario. También Roma tuvo que acudir en la Segunda Guerra Púnica a las contribuciones ciudadanas y al aerarium sanctis [15]. Cambios en las creencias pudieron también determinar que numerosos objetos de oro fuesen convertidos en moneda, como cuando el cristianismo se convirtió en religión del estado romano, situación que habría propiciado la conversión de numerosas ofrendas paganas en sólidos [16].
Pureza La pureza del oro fue respetada en términos generales al convertirlo en moneda. Aunque se produjeron ligeras oscilaciones, cambios y manipulaciones de su ley, en ningún caso llegó a sufrir un deterioro similar al que ocasionalmente sufrió la plata. Durante el período romano, se detectan diferentes pautas, aunque la pureza se mantuvo habitualmente por encima del 90% [17]; la ley de los áureos descendió al final de la República hasta un 92% y Augusto la restauró a un 98% [18], mientras que a mediados del siglo III, cuando las convulsiones del sistema económico romano llegaron a su límite, se rebajó en algunos casos hasta un 66% [19]. Más tarde, en época de Constantino, los sólidos tuvieron de nuevo una pureza de un 97-98%. La calidad de los sólidos se mantuvo debido, entre otros motivos, a que el pago de las tribus federadas y de los bárbaros enrolados en el ejército no habría permitido una mengua del contenido de oro de las piezas. Un caso singular refiere a las piezas de electro cartaginesas, cuya ley fue regularmente alterada. Aunque una buena parte de su producción se realizó con una pureza superior al 90%, algunas de las emisiones cartaginesas llegaron a reducir su contenido de oro por debajo de un 30% [20]. Al tratarse de una aleación con plata, las piezas continuaban siendo de elevado valor, pero la ratio oro-plata es a su vez demasiado elevada como para que los usuarios permitiesen liberalidades de este tipo, siendo con seguridad estas variaciones en la aleación un motivo de inseguridad entre los mismos y un motivo de que las piezas tuviesen un cambio variable. Esta política monetaria cartaginesa resulta de difícil explicación, sobre todo al considerar que el electro empleado era artificial, circunstancia comprobada a partir de la reducción progresiva de porcentajes y de la homogeneidad de las emisiones [21].
Talleres Las primeras emisiones de oro se realizaron en ciudades de Asia Menor, extendiéndose más tarde a otras poleis de Grecia continental y Sicilia. El concepto de múltiples cecas al servicio de un estado apareció bajo el imperio persa y se desarrolló durante el período helenístico [22], al ponerse simultáneamente en funcionamiento para una misma autoridad talleres distantes pertenecientes incluso a diferentes ámbitos culturales. Se controlaban territorios tan vastos, que resultaba necesaria la concurrencia de múltiples cecas para cubrir las necesidades del estado y mantener monetizado su territorio. El oro fue empleado regularmente por unas pocas ciudades griegas, Lampsacus, Siracusa, Éfeso, Rodas, Quíos, Panticapea, Clazomene o Teos, del mismo modo que se acuñó el electro en Cyzicus, Mitilene o Focea [23]. Las emisiones del resto de talleres griegos fueron en general excepcionales. Es posible que las emisiones de Gela, Siracusa, Akragas y Camarina en Sicilia se originasen por ejemplo como consecuencia de los ataques cartagineses del 406 a.C. [24] La masa monetaria debía estar mayoritariamente constituida por piezas de plata y sólo en determinados lugares el oro podía resultar relevante. La situación sólo cambió en el período helenístico, al llevarse a cabo nuevas e importantes emisiones que, realizadas desde numerosos talleres, dieron lugar a una incorporación masiva de piezas de oro entre la masa monetaria, que relevaron a los dáricos del cometido que habían desempeñado en el Mediterráneo Oriental como fuente de oro. En Roma, la evolución política desembocó finalmente en una situación similar a la del período helenístico en la que los talleres cada vez se encontraban más alejados de la capital. Las necesidades de financiación de los ejércitos y las demandas de la población civil evidenciaron progresivamente las ventajas derivadas de organizar un entramado de talleres repartidos por todo el imperio. Con ello se facilitaba la distribución de la producción, minimizando los problemas derivados del transporte del oro entre lugares distantes [25]. Ya Augusto trató de acuñar cerca de las fuentes de aprovisionamiento para evitar transportes excesivamente largos, tal y como se comprueba con las emisiones que llevó a cabo en Hispania o Lugdunum, llegando a producir esta última ceca la práctica totalidad de oro del imperio hasta mediados del siglo I [26]. En los siglos III y IV las piezas de oro fueron acuñadas en diferentes talleres del imperio hasta que finalmente su acuñación quedó circunscrita a la corte imperial. Desde finales del siglo IV, Valentiniano y Valente reorganizaron el sistema de cecas creando el taller palatino, encargado de las emisiones de oro, tarea llevada a cabo por el nuevo cuerpo de aurifices solidorum [27], encargados de acuñar los sólidos en la corte [28]. En el 368 el oro recibió la marca ob, que en opinión de algunos refiere a su pureza, (obryzum, en el sentido de oro testado y producto de la reforma) y según otros a su talla, al equivaler los caracteres ob al numeral griego 72. En el siglo V los talleres de Roma, Ravena y Constantinopla acuñaron una de las cantidades más grandes de oro de la historia de Roma. El mundo celta ofrece un panorama diferente ya que los talleres sólo pueden localizarse aproximadamente. Una peculiaridad interesante de todos ellos es que muestran un comportamiento regional a la hora de elegir los tipos. En el amplio territorio ocupado por estos pueblos se detecta un "cinturón del oro" septentrional que discurre desde el norte de Francia, sur de Gran Bretaña y Bélgica hacia el sur de Alemania, Suiza y Bohemia. En dicho gold belt los talleres del este copiaron las estateras de Alejandro Magno, mientras que los talleres del oeste hicieron lo propio con las de Filipo II [29].
Sistemas monetarios El uso del metal precioso al peso fue previo a la creación de cualquier sistema monetario y, de hecho, debió coexistir con éstos en momentos puntuales que no resultan fáciles de documentar arqueológicamente [30]. Contextos arqueológicos griegos previos al 700 a.C. demuestran que oro y electro en bruto se emplearon como dinero con anterioridad a la aparición de la moneda, del mismo modo que se comprueba a partir de la Biblia o de los textos homéricos [31]. Pero su uso también fue recurrente en otros períodos y pudo verse favorecido por una escasa monetización, por carencias puntuales o simplemente originarse en una disponibilidad de metal en bruto o de objetos. En la Península Ibérica también el oro debió cumplir puntualmente una función similar, del mismo modo que se ha venido comprobando para la plata [32]. Incluso al final del imperio romano, el propio estado recurrió al empleo de metal en bruto cuando, en los años 366-367, Valentiniano I y Valente legislaron contra los abusos derivados de las alteraciones detectadas en las recaudaciones de sólidos entre los que se descubrían numerosas piezas falsas y recortadas, obligando a que se redujesen a lingotes para el pago de impuestos [33]. En contexto hispano cabe mencionar el tesoro de La Alcudia de Elx, que incluye una pequeña barrita de oro, remitiendo a este formato de circulación de oro en bruto [34]. Las propiedades del oro unidas a su escasez, lo convierten en el metal destinado a los valores más elevados de cualquier sistema monetario. Sus características se adaptan bien a valores altos, sin embargo resultan poco apropiadas para los valores inferiores, cuya materialización implica la producción de piezas de tamaño reducido, incómodas de manipular. Ésta solución, seguida en algunos de los sistemas más antiguos, fue adoptada en la serie emitida a nombre de Fanes, cuya denominación inferior pesa unos 0,15 g, equivalentes a 1/96 de la unidad principal. Las siete denominaciones que conforman la emisión jonia de Fanes, comienzan su fraccionamiento con una pieza de un tercio, pero los restantes divisores adoptan el sistema de mitades respecto al valor inmediatamente superior [35]. Incluso Filipo II llegó a acuñar junto a las estateras cuatro fracciones, la inferior de 1/12 de estatera (piezas de ca. 0,70 g), dando carta de naturaleza a una completa escala de valores en este metal [36]. Los cartagineses acuñaron en electro fracciones poco comunes de 1/5, 1/10, 3/4, 4/5, o múltiplos singulares como 5/4 [37]. Estos valores pudieron elegirse para acomodarse a pagos específicos, revelando indirectamente que en estos casos poco importaba acuñar unas denominaciones poco habituales, que incluso pudieron tratar de acomodarse en el cambio a otras emisiones previas de diferente peso y ley. Este hecho es revelador en la medida que muestra la flexibilidad de una masa monetaria en la que coexistirían valores heterogéneos, cuyo valor dependía únicamente del consenso que lograsen los particulares en el momento de efectuar o recibir los pagos. En el mundo celta, en un contexto de reducción progresiva de los pesos de sus piezas de oro, hubo al menos dos sistemas de fraccionamiento para este metal, mientras que en el Este se adoptaron particiones progresivas en tres (1/3, 1/9 y 1/27), en el Oeste la fracción inferior a la unidad era de 1/4 [38]. El perfeccionamiento de los sistemas monetarios llegó de la mano del rey Creso (ca. 560-547 a.C.) y de los persas, que crearon sistemas bimetálicos en los que ya no era necesario el fraccionamiento físico del oro o del electro para lograr una escala completa de valores, consiguiendo de este modo que la menor valía de la plata proporcionase una mayor versatilidad a las denominaciones, reservando así el oro para las denominaciones más elevadas. Siendo tanto el oro como la plata metales preciosos, la configuración de los sistemas monetarios dependía de la relación que se estableciese entre el valor de ambos. En época de Alejandro Magno la ratio oro-plata se encontraba en torno a 1:10, aunque más tarde el precio del oro subió y la ratio se situó en torno a 1:12 / 1:13 [39]. En Roma, desde la reforma monetaria de Augusto la ratio del sistema altoimperial quedó fijada en 1:12. Sin embargo, en otros contextos culturales como el celta es una incógnita la equivalencia entre las piezas de oro y las de plata o bronce, por lo que resulta imposible calcular la ratio existente entre los diferentes metales. Los talleres griegos adaptaron la metrología del oro a los patrones de peso al uso. La denominación principal en este metal fue la estatera, nombre genérico aplicado a los valores principales en oro, que también se emplea para describir las piezas de las culturas celta y kushan. Filipo II y Alejandro Magno eligieron para sus emisiones de estateras de oro la metrología ática, ajustándose con gran precisión al peso teórico de 8,64 [40]. En la base de esta elección se encontraba sin duda el hecho de que se trataba de un sistema extendido que además gozaba de una gran reputación. La prolongada historia de Roma muestra que la moneda de oro se integró inicialmente en la masa monetaria como una mercancía más (merx). Sólo más tarde ocupó un lugar específico en la misma, al mantener un valor fijo respecto al resto (pretium), lo que la convirtió en moneda en la plena acepción del término [41]. Las esporádicas emisiones de oro republicanas tuvieron pesos variables y, salvo alguna valoración puntual [42], se desconoce su valor en relación con el resto de metales acuñados. El sistema monetario republicano estuvo basado en la plata, incorporando las emisiones regulares de oro sólo desde época de César, merced a la obtención de numerosos botines y expolios [43]. Augusto pudo dar continuidad a las emisiones de áureos gracias también, entre otros factores, al metal obtenido tras la incorporación de Egipto. Hasta entonces el oro habría funcionado de algún modo como un lingote, aunque quizá ligeramente sobrevaluado, desempeñando un papel similar al de cualquier otra merx. Una de las mayores novedades del sistema altoimperial establecido por Augusto consistió en que los áureos pasaron de merx a pretium, adoptando una valoración fija en relación con el resto de monedas de plata o bronce. En este cambio la única incertidumbre reside en averiguar cómo se acomodaba el sistema si cambiaba el precio del oro, aunque la longevidad del mismo da a entender que no debió sufrir grandes alteraciones durante estos años. Indudablemente hubo un momento en el que el áureo dejó de valer 25 denarios, lo que quizá pudo haber sucedido hacia los años 215-225 y que quizá guarde relación con un cambio de precio [44]. Algo más tarde, el edicto de Diocleciano parece dar a entender que el valor de la moneda de oro es igual que el del metal. Lo único cierto es que, tras vacilaciones diversas, el hundimiento del sistema dio lugar a que el oro perdiese de nuevo la estabilidad que había ganado y volviese a funcionar como una mercancía, siendo valorado en nummi de forma fluctuante según momentos y provincias. Este cambio lo convirtió en una unidad de cuenta de la que se conservan valoraciones dispares, teniéndose incluso constancia de fluctuaciones mensuales y de que la población no se refería al cambio de los sólidos sino a comprarlos o venderlos [45]. En el 396 el cambio oficial de un sólido era de 5.400 nummi, mientras que en las décadas siguientes se canjeaba en mercados egipcios por 7.000-8.000 nummi [46]. Roma llevó a cabo numerosos cambios en la metrología de sus piezas áureas, tanto en las emisiones puntuales de la República como en las del Imperio, que fueron progresivamente rebajando su peso. En la República, las primeras emisiones siguieron el sistema metrológico del quadrigatus (48 piezas por libra), reduciéndose posteriormente con el llamado oro marcial a la mitad (96 piezas por libra). La acuñación de oro se reanudó a comienzos del siglo I a.C. con las emisiones realizadas por Sila, las más pesadas de la historia de Roma (30 monedas por libra), y de las que se desconoce por completo su valoración [47]. César fue quien incorporó las emisiones de oro de forma regular en el sistema monetario romano. Por su parte, Marco Antonio y Octavio iniciaron lo que poco más tarde sería llamado sistema "imperial", empleando una talla de 40 piezas por libra, modelo que continuaría Augusto. La nueva moneda recibió el nombre de denario áureo y se le otorgó el valor fijo de 25 denarios, equivalencia que situaba la ratio oro-plata en 1:12 [48]. Esta denominación fue objeto de rebajas de peso continuas, llegando a perder a comienzos del siglo III su valor fijo de cambio. La centuria concluyó con el intento de recuperar la estabilidad del sistema, lo que finalmente se lograría con la creación de los sólidos bajoimperiales tallados a 72 piezas por libra. En el 383 aparecieron el semis áureo y el tremisis para dar flexibilidad a un sistema que ya no contaba con una ayuda cuantitativamente significativa de la plata para el pago de cantidades inferiores.
Diseños y leyendas En el Artemision de Éfeso se encontraron en 1905 dos tesoros con monedas de electro [49]. Uno de ellos es el llamado depósito fundacional que se recuperó en los cimientos de dicho templo, mientras que el otro apareció dentro de un pequeño recipiente cerámico. Las piezas de estos conjuntos, fechados a finales del siglo VII a.C., advierten sobre los riesgos de buscar una evolución formal para ordenar cronológicamente las primeras emisiones en este metal. Las monedas de dichos depósitos incluyen diseños figurados de animales junto a temas sencillos realizados a base de punzones y estrías, punzones sólo, o incluso algunas piezas que carecen de marcas. El hecho de que uno de estos punzones de reverso enlace una pieza lisa con otra en la que aparece un león, pone de manifiesto que, en una fase inicial, la incorporación de diseños pudo verse como un hecho poco relevante [50]. Los tipos empleados para las monedas de oro no siempre fueron exclusivos de este metal. Las primeras monedas de oro fueron obra del rey Creso, y en ellas aparecen los prótomos de un león y un toro enfrentados, diseño también empleado para la plata, recibiendo todas estas monedas el nombre de "creseidas". Los reyes persas siguieron esta tradición de utilizar un mismo diseño para ambos metales, y siglos más tarde en Roma, Augusto recuperó este criterio de emplear en las monedas de oro y de plata el mismo tipo. Los reyes persas fueron los primeros en incluir la imagen dinástica en el diseño de los dáricos, presentando al monarca con arco y flecha en diferentes actitudes. Sin embargo, estas representaciones no son entendidas por algunos como retratos, al no reflejar los rasgos individuales del rey [51]. El tamaño de la pieza no permite detallar los rasgos de una persona, en un diseño que por otra parte no hace más que repetir la costumbre persa de representar figuras de cuerpo completo. No se detallan rasgos, pero existe voluntad de ofrecer la imagen de un monarca vivo. Más allá de estas interpretaciones, el punto de abstracción del diseño le proporcionaba una longevidad que sobrepasaba cómodamente la vida del monarca. Tras este ambiguo precedente se considera que fue Ptolomeo I en el 305 a.C. el primer personaje que se retrató en las monedas, siguiendo su ejemplo Demetrio Poliorcetes en el 295 a.C. y abandonándose la costumbre hasta finales del siglo III a.C [52]. Las estateras de Ptolomeo I incluyen su nombre, adoptando el título "basileos", dato que remite explícitamente a un culto hacia su persona. Pero en general el mundo griego no empleó los mismos diseños para el oro y la plata. Entre todos los temas utilizados para emisiones de oro, aquellos de las estateras helenísticas se cuentan entre los que alcanzaron mayor difusión. Según Plutarco (Alejandro 4, 5), Filipo II decidió estampar las victorias de sus carros en Olimpia en los reversos de sus monedas de oro, mientras que una obra de arte pudo servir como inspiración para el anverso de las estateras de Alejandro Magno. Se dice que la Atenea que aparece en ellas pudo copiarse de la "Atenea Promachos" de Fidias, añadiéndole el detalle de la serpiente. La elección del reverso de las estateras de Alejandro Magno resulta de comprensión difícil, a pesar de que se interpreta normalmente como una alegoría de su victoria frente a los persas [53]. La elección de tipos para las emisiones de oro se vio influida por la confianza que correspondía tener a un producto que debía asociarse de inmediato a la idea de calidad. Parece lógico pensar que cuando en los talleres hubo opción de elegir entre diferentes grabadores, los mejores fueron destinados a labrar los cuños destinados a las denominaciones de mayor valor. En Siracusa, Evaineto fue el encargado de grabar los cuños de la pieza de 100 litras en la que se representa a una ninfa y a Heracles luchando con un león. Las emisiones con mayor prestigio, más difundidas o que gozaban de la confianza del público sirvieron también como modelo para otras más modestas. En Sicilia por ejemplo, Agatocles copió el diseño de la estateras de Alejandro Magno, no sólo por su deseo de emulación, sino también porque este tipo de emisiones podían considerarse, de algún modo, como políticamente neutrales y apropiadas para circular sin restricciones. Se trataba de emisiones que se habían granjeado un prestigio y que incluso podían llegar a ser codiciadas, tal y como parece que sucedió con los escitas del sur de Rusia, que demandaban las piezas de Alejandro Magno y de Lisímaco. En el caso de los celtas de las Islas Británicas se produjo un fenómeno de copia como consecuencia de la llegada de piezas importadas desde finales del siglo I a.C [54]. En algunos diseños celtas continentales se percibe una cierta territorialidad a la hora de elegir los temas; los germanos decantan su gusto más por las figuras armadas, mientras que los galos parecen decantarse preferentemente por las representaciones de caballos. La emisión de Sila con el título imperator, ejemplifica la utilidad de las monedas de elevado valor (30 piezas por libra), para comprar la lealtad de los soldados, incluyendo una advertencia que recuerda expresamente la singular autoridad que ostenta el mando. Una justificación similar puede ayudar en parte a entender los tipos de restauración creados por Trajano, entre los que se incluyen áureos de sus predecesores, desde Julio César hasta Nerva [55]. Aunque no se ha encontrado una explicación satisfactoria para su origen, lo único cierto es que una buena parte de ellos recuperaron diseños de los áureos anteriores a la reforma de Nerón, piezas cuyo peso era más elevado. La reproducción de diseños relacionados originalmente con unas piezas de calidad superior, en parte pudo tomar en consideración la posibilidad de recuperar instintivamente la confianza de los usuarios. En el caso de los sólidos bajoimperiales, la elección de unos pocos diseños habría tratado de asegurar la futura aceptación de las piezas. Aunque la reducción del número de tipos trataba en parte de facilitar la producción masiva, también es cierto que con ello debió buscarse ofrecer a los bárbaros un producto homogéneo que se constituyese por su apariencia como una garantía de pureza y peso.
Autoridad La acuñación de oro en la Antigüedad guarda un fuerte vínculo con personas, en la mayoría de casos monarcas y emperadores. Una de las primeras acuñaciones, la emisión de Jonia de Fanes, resulta un interesante precedente en este sentido, ya que parece relacionarse más con un particular o gobernante que con un estado. Las emisiones de oro imperiales son quizá el ejemplo más visible y duradero, pero incluso en un mundo como el celta, en el que las evidencias de autoridades son más escasas, también hay ejemplos de esta práctica. Entre los casos más conocidos se encuentran el de las estateras de Vercingetorix o las que se acuñaron en época de Tiberio a nombre de Cunobelin, posible jefe de una dinastía localizada al sur de Inglaterra, responsable de la emisión de más de un millón de piezas [56]. Los triunfos militares de personalidades importantes dieron lugar a una consolidación de sus emisiones de oro como valor de referencia. Estos son los casos de Alejandro Magno, Augusto o Constantino, cuyos triunfos en el campo de batalla propiciaron una larga vida a sus respectivos sistemas monetarios. Las estateras del primero no eran una novedad, sin embargo sí que fue Alejandro el responsable de su gran difusión. Del mismo modo los áureos de Augusto y los sólidos de Constantino no fueron valores nuevos de los sistemas monetarios creados por ellos, sino que se limitaron a adaptar lo existente. En el mundo griego sólo algunas ciudades dieron carta de naturaleza a emisiones de oro tal y como hemos señalado al hablar más arriba de los talleres. Pero incluso para alguna de estas emisiones se ha sugerido que se deben a una autoridad diferente a la que aparentan. Tal sería el caso de las emisiones cívicas de electro de Cyzicus y Focea o las de oro de Lampsacus, cuya abundancia, aparentemente excesiva para dichas urbes, ha dado pie a pensar que pudieron originarse bajo la autoridad persa [57]. Ello habría contribuido a favorecer la aceptación de unas piezas cuya imagen griega era preferible a la del invasor persa. Durante la República, el senado romano no fue partidario de las emisiones de oro, que consideraba una forma de dinero propia de reyes, aunque esta actitud tuvo que cambiar obligatoriamente cuando Roma devino en un sistema monárquico. El carácter de la autoridad imperial en Roma se comprueba, al desviar la atención hacia las falsificaciones, que no se entendían como un crimen contra el estado o la comunidad, sino como una ofensa al poder del emperador y una traición a su imagen, considerada sacrosanta [58]. Durante el bajo imperio, las propias magistraturas encargadas de transportar la recaudación de impuestos hasta la corte imperial pudieron infringir la ley al tratar de aprovechar su situación de privilegio. Los largitionales eran los encargados del transporte de metal precioso entre los tesoros provinciales y la residencia imperial, lo que les proporcionaba un acceso a dichos recursos, siendo más que probable que, en ocasiones, ellos mismos cambiasen piezas buenas por falsas en su ruta hacia el tesoro [59].
Circulación Teóricamente cuanto más elevado es el valor de una pieza, mayores distancias puede llegar a recorrer durante su circulación. Las monedas de oro demuestran en diversos casos cumplir este supuesto. Las estateras de Filipo II, Alejandro Magno y sus sucesores fueron ampliamente exportadas a un vasto territorio celta que incluye desde las tierras atlánticas francesas hasta el norte de los Balcanes, así como a los escitas del sur de Rusia. Pero quizá el caso más conocido de piezas recorriendo largas distancias es el de la llegada de áureos imperiales a la India por vía marítima [60], exportados anualmente en una cantidad que Plinio cifra en 50 millones de sestercios. Dichas monedas gozaron de una amplia aceptación en India durante los siglos I y II [61]. Una situación similar tuvo lugar durante el bajo imperio cuando se produjo un continuo drenaje de la riqueza imperial a consecuencia de los continuos pagos en oro a los federados germanos, política que incluso se ha identificado como una de las claves del desmoronamiento final del Imperio. Al igual que en otros períodos en esta época no sólo circulaban monedas, empleándose el término centenarium para describir un saco con 100 libras de oro en cualquier formato [62]. Las amplias posibilidades de circulación que tienen las monedas de oro se combinan en la mayoría de ocasiones con un escaso desgaste, normalmente inferior al que afecta a las piezas de plata o de bronce. Ello se traduce en pocas alteraciones del peso original como consecuencia del uso. Un estudio sobre la emisión de A. Hirtius, la más voluminosa de las de la República Romana, muestra que su promedio normal de 8,030 g, es prácticamente similar al de un tesoro en el que piezas sin circular presentan un promedio de 8,035 g [63]. Entre los hallazgos de la India se cuentan tanto piezas a flor de cuño como otras muy desgastadas que han sufrido una prolongada circulación [64]. Factores diversos pudieron incidir en la mayor o menor presencia de monedas de oro en la masa monetaria en diferentes lugares y momentos. Los tesoros demuestran por ejemplo que en Inglaterra el oro dejó de atesorarse a partir del siglo II, o que al menos su presencia fue desde ese momento anecdótica en comparación con el protagonismo que había ejercido durante las décadas precedentes [65]. Resulta difícil conocer la medida en la que las piezas de oro estuvieron presentes en la masa monetaria de las ciudades. El único ejemplo que ofrece alguna pista es Pompeya, aunque debe tomarse con cautela al referir un momento puntual, el año 79, en una región rica y bien aprovisionada por su proximidad a Roma. Los hallazgos de la ciudad revelan que los áureos suponen un 4% de las piezas halladas y que alcanzan 2/3 respecto al valor total de la moneda en circulación [66], cifras elevadas en ambos casos, sobre todo en comparación con las proporcionadas por la práctica totalidad de yacimientos en los que resulta normal la ausencia de piezas de oro. Quizá las cifras de Pompeya sean más elevadas que las de otros lugares menos prósperos, pero también es posible que estén por debajo de las reales, ya que el modo en que se produjo la destrucción pudo permitir que algunos particulares huyesen con sus reservas de oro.
Función El oro era el más valioso de los metales y por ello su utilidad como reserva de valor no tuvo parangón en la Antigüedad. Las funciones no monetales del oro pudieron determinar en parte que en ocasiones no se amonedase. Se ha señalado que tanto el mundo griego como el romano desarrollaron una tendencia natural a guardar el oro por prudencia, a darle usos alternativos al monetal o que incluso se pusieron objeciones a su amonedación basándose en su elevado valor o incluso quizá en algún tipo de tabú [67]. Al tratarse de un metal valioso, su amortización definitiva estuvo expresamente prohibida por ejemplo en la ley de las XII tablas, que en uno de sus enunciados señalaba expresamente que no se podía enterrar a los difuntos con objetos de oro [68]. Augusto donó al templo de Júpiter Capitolino 16.000 libras de oro, cantidad que equivale a unos 640.000 áureos, evidenciando la importancia que ocasionalmente pudieron tener estos destinos alternativos. La valía de este metal lo dejaba prácticamente excluido de la mayoría de transacciones cotidianas o al menos limitaba en gran medida su utilidad. El problema se resolvió inicialmente con la reducción del tamaño de las piezas, pero pronto se demostró que no resultaba cómodo manipular piezas diminutas. Con el desarrollo de los sistemas monetarios en varios metales, el oro quedó destinado a los valores principales y, en menor medida, a fracciones. Al emplearse cantidades limitadas de metal, sus emisiones emplearon con frecuencia un reducido número de cuños, aunque en valor superasen con creces a la plata. Se conoce el caso de la acuñación puntual en Atenas de 14 talentos de oro, cantidad que llevó a Thompson a sugerir que la productividad de cada uno de los cuños habría rondado las 5.000 piezas. En Roma la mayor emisión del período republicano es la de A. Hirtius, para la que se han estimado más de 100 cuños, mientras que durante el reinado de Adriano se calcula que se emplearon tan sólo 25-30 cuños para áureos [69]. No obstante, también durante el imperio romano se alcanzó el límite de sus posibilidades en formato monetal cuando ocasionalmente se acuñaron múltiplos de gran valor destinados a regalos especiales. Las funciones del oro no difieren en esencia de la que pudieron desempeñar monedas de plata o bronce, sin embargo es posible referirse a ellas considerando diferentes ocasiones en las que las características singulares de este metal le confirieron un papel relevante. [*] Financiación ejércitos. La función del oro se revela indispensable en relación con los conflictos bélicos. Para las estateras de Filipo II se ha sugerido que su elevado valor propiciaba la realización de pagos masivos de un modo más cómodo [70]. Las soldadas pudieron llegar a percibirse incluso en función de su coincidencia con la moneda acuñada y en los pagos de recompensa al final de una campaña el oro era el metal más lucido en los repartos. También su acuñación en campaña comportaba la importante ventaja de que si se disponía del metal, con menor trabajo se conseguía producir mayor cantidad de dinero. Jenofonte narra en su Anabasis que los soldados cobraban un dárico, los capitanes dos, los generales cuatro y que un caballo costaba cincuenta [71]. Incluso una parte del oro emitido por los celtas podría justificarse en su necesidad de pagar fuerzas externas [72]. [*] Donativos o compra de voluntades. También relacionada con el ejército se encontraría la utilidad del oro para asegurarse la fidelidad de las tropas. Cicerón critica los donativos de César que en su opinión se encontraban en la base de sus áureos [73]. En el 46 a.C. distribuyó 240 áureos por hombre, el doble de los que repartió Augusto en el 29 a.C., 120 áureos por hombre [74]. Este tipo de liberalidades fueron frecuentes en el imperio aunque no se llevaron a cabo con regularidad. Las singularidades políticas del bajo imperio lo convirtieron en un período favorable para repartos de sólidos en ocasiones como promociones, subidas al trono o quinquenalia, en las que se repartían 5 sólidos por hombre hasta que Justiniano abolió la costumbre [75]. [*] Ofrendas. A diferencia de los donativos, las ofrendas son entregas de efectivo que de algún modo quedan amortizadas. Estas acumulaciones de metal afectan a la práctica totalidad de templos y santuarios de la Antigüedad, cuyos tesoros fueron en algunos casos de auténtica envergadura, incluyendo entre las ofrendas monedas de oro. En el santuario de Atenas se tiene noticia de las monedas de cecas concretas que se hallaban depositadas hacia el 429-428 a.C.: 5 hektai de oro de Cycicus, 105 dáricos y 5 hektai de oro de focea [76]. [*] El comercio. No cabe duda acerca de las ventajas del oro para transportarlo y realizar pagos de envergadura en operaciones mercantiles. Desde el siglo VI a.C. las emisiones de electro pudieron servir a Cyzicus para desarrollar un comercio fluido con Tracia y el Mar Negro, Atenas o Asia Menor. El oro permitía pagar con comodidad las mercancías caras procedentes de distancias importantes, tal y como refiere una anécdota narrada por Suetonio cuando menciona que Augusto dio 40 áureos a cada uno de los tripulantes que le acompañaban para que las gastaran en mercancías de origen alejandrino [77]. También su custodia resultaba más cómoda que la de cualquier otro metal, circunstancia que debieron valorar especialmente comerciantes y viajeros. [*] Propaganda dinástica. El oro fue sin duda el soporte de mayor prestigio para albergar retratos de gobernantes. Dicha costumbre fue esbozada por los reyes persas, para alcanzar su plena materialización con los retratos de los dinastas helenísticos. De hecho se ha señalado como uno de los motivos del inicio de la acuñación de oro por parte de Filipo II, su intención de rivalizar con los dáricos de los reyes persas cuya imagen se había extendido durante décadas entre los griegos. Durante los últimos años de la República romana, las magistraturas principales del estado demostraron también su gusto por aparecer retratados en los áureos, costumbre que alcanzó su máxima expresión durante el imperio romano, cuando se normalizó su presencia como parte del diseño. Uno de los ejemplos más claros de esta modalidad de promoción dinástica es el empleo por parte de Ptolomeo II de octadracmas para retratarse él mismo junto a su mujer y sus padres con un gran nivel de detalle. [*] Transmisión patrimonial. En opinión de algunos el oro podría haber colaborado en gran medida a la transmisión de grandes fortunas. Aunque el oro pudo haber contribuido en alguna medida a la transmisión hereditaria de grandes patrimonios, quizá no pueda considerarse más que como un fenómeno puntual [78]. [*] Elemento ornamental. Cabe considerar finalmente un uso no monetal de las monedas de oro, especialmente las romanas, reiteradamente empleadas para el embellecimiento de piezas de joyería, como colgantes o formando parte de collares [79].
Manuel Gozalbes Fernández de Palencia |